«...eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos la red no se rompió.»
Juan 21, 1-19
Juan 21, 1-19
El pez o pescado es un símbolo cristiano de los más antiguos, los primeros grupos cristianos celebraban la Santa Cena con pescado, probablemente teniendo presente este relato que habla de Jesús resucitado compartiendo pan y pescado con sus discípulos a orillas del mar donde pescaban.
El número de peces de la red echada en el lugar que Jesús indicó que se la tirara, ha tenido distintas interpretaciones. Pero, un dato de los antiguos zoólogos puede ayudar a esclarecer el sentido de esta cifra: eran ciento cincuenta y tres el número de especies de peces que tenía ese mar donde estaban pescando. Los peces son ‘para llevarlos a Cristo’, y simbolizan a aquellos a los que son enviados los discípulos y apóstoles, con la finalidad de llevarlos a Cristo resucitado.
Leamos algo de los símbolos de este pasaje del evangelio de Juan: Jesús se aparece resucitado pidiendo algo para comer, hace fuego a orillas del mar, cocina un pescado y comparte. Desde este relato podemos notar que la consecuencia inmediata de la manifestación de Cristo resucitado es el compartir la comida. Por eso es tan importante en la vida cristiana compartir la mesa del Señor, es decir la comunión, la mesa de cada bautizado/a que comulga es una extensión de esa mesa del Señor, donde se ‘comparte’, y es en ese compartir que el Cristo resucitado se hace presente. Dicho de otra forma: la resurrección alcanza a todos los lugares donde se comparte. Y no se trata solamente de compartir un pan que llega al estómago, la acción de compartir involucra un afecto, una expresión de amor, y ese amor compartido es lo que sacia el hambre más profunda que pueda tener un ser humano. Es difícil disfrutar de un bocado de pan cuando el cuerpo está adolorido por alguna golpiza, o cuando el cuerpo fue ultrajado/violado, o cuando hay que someterse a la vileza más cruel para poder poner ese bocado de pan en la boca. El pan que comparte el Cristo resucitado no es solo un pan que llega al estómago, se trata simultáneamente del amor compartido.
El amor de la resurrección traspasa los límites de la posibilidad humana, ‘si aman a aquellos que los aman ¿qué mérito tienen?’ Lc 6,32. El amor de la resurrección no selecciona a quién amar, simplemente se comparte.
Una persona puede amar solo porque fue amada primero, y esto es condición para que la estructura psíquica no sea psicótica (enferma), en forma similar el ser humano tiene que ser alcanzado por la resurrección de Cristo para amar incondicionalmente. Podríamos pensar que si la sociedad no tendría una ‘mentalidad’ enferma, sería perfectamente capaz de amar incondicionalmente, sin embargo la sociedad muestra claros signos de carencia y ausencia de amor: una sociedad donde la riqueza se concentra en pocos lugares y la pobreza se extiende (claro ejemplo del no compartir), donde la desnutrición y mortandad infantil muestran una gran presencia, donde la mayoría de los salarios no permiten cubrir las necesidades básicas, donde muchos/as sobreviven soportando las miserias que otros fabricaron y fabrican. Sobran ejemplos para darnos cuenta que la sociedad porta una enfermedad mortal que la carcome poco a poco y en oportunidades a paso acelerado. Es en esta sociedad donde habitan los ‘ciento cincuenta y tres peces’. Es esta la sociedad que necesita ser alcanzada por la resurrección.
¿Qué referencias nos orientarán para facilitar el encuentro con la resurrección?, pues si es en el compartir que Él se manifiesta, tendremos que concentrarnos en ello. Desde lo que comparto en la mesa de Cristo hasta cómo se distribuye la riqueza en el mundo, pasando por la mesa cotidiana de cada hogar transformando la violencia con el amor, descubriendo en ese compartir la esperanza y alegría de ser parte de la experiencia del amor que brota del Cristo resucitado.
El trabajo de ir al mar, arrojar la red, recoger los peces, traerlos a la orilla y acercarlos a Jesús, es el trabajo de los que nos llamamos cristianos/as, el mar simboliza la realidad social donde se arroja la red, no en cualquier momento y lugar, es en el momento y lugar indicado por Cristo. ¿Y cuándo se da esto? Solo Cristo lo sabe, nosotros solo tenemos que estar atentos, escuchando y obedeciéndolo, recordemos que desde el comienzo los/as cristianos/as se reunían para compartir la palabra de Dios y Sacramento. Solo desde allí podremos escuchar la indicación de dónde y cuándo echar la red.
El número de peces de la red echada en el lugar que Jesús indicó que se la tirara, ha tenido distintas interpretaciones. Pero, un dato de los antiguos zoólogos puede ayudar a esclarecer el sentido de esta cifra: eran ciento cincuenta y tres el número de especies de peces que tenía ese mar donde estaban pescando. Los peces son ‘para llevarlos a Cristo’, y simbolizan a aquellos a los que son enviados los discípulos y apóstoles, con la finalidad de llevarlos a Cristo resucitado.
Leamos algo de los símbolos de este pasaje del evangelio de Juan: Jesús se aparece resucitado pidiendo algo para comer, hace fuego a orillas del mar, cocina un pescado y comparte. Desde este relato podemos notar que la consecuencia inmediata de la manifestación de Cristo resucitado es el compartir la comida. Por eso es tan importante en la vida cristiana compartir la mesa del Señor, es decir la comunión, la mesa de cada bautizado/a que comulga es una extensión de esa mesa del Señor, donde se ‘comparte’, y es en ese compartir que el Cristo resucitado se hace presente. Dicho de otra forma: la resurrección alcanza a todos los lugares donde se comparte. Y no se trata solamente de compartir un pan que llega al estómago, la acción de compartir involucra un afecto, una expresión de amor, y ese amor compartido es lo que sacia el hambre más profunda que pueda tener un ser humano. Es difícil disfrutar de un bocado de pan cuando el cuerpo está adolorido por alguna golpiza, o cuando el cuerpo fue ultrajado/violado, o cuando hay que someterse a la vileza más cruel para poder poner ese bocado de pan en la boca. El pan que comparte el Cristo resucitado no es solo un pan que llega al estómago, se trata simultáneamente del amor compartido.
El amor de la resurrección traspasa los límites de la posibilidad humana, ‘si aman a aquellos que los aman ¿qué mérito tienen?’ Lc 6,32. El amor de la resurrección no selecciona a quién amar, simplemente se comparte.
Una persona puede amar solo porque fue amada primero, y esto es condición para que la estructura psíquica no sea psicótica (enferma), en forma similar el ser humano tiene que ser alcanzado por la resurrección de Cristo para amar incondicionalmente. Podríamos pensar que si la sociedad no tendría una ‘mentalidad’ enferma, sería perfectamente capaz de amar incondicionalmente, sin embargo la sociedad muestra claros signos de carencia y ausencia de amor: una sociedad donde la riqueza se concentra en pocos lugares y la pobreza se extiende (claro ejemplo del no compartir), donde la desnutrición y mortandad infantil muestran una gran presencia, donde la mayoría de los salarios no permiten cubrir las necesidades básicas, donde muchos/as sobreviven soportando las miserias que otros fabricaron y fabrican. Sobran ejemplos para darnos cuenta que la sociedad porta una enfermedad mortal que la carcome poco a poco y en oportunidades a paso acelerado. Es en esta sociedad donde habitan los ‘ciento cincuenta y tres peces’. Es esta la sociedad que necesita ser alcanzada por la resurrección.
¿Qué referencias nos orientarán para facilitar el encuentro con la resurrección?, pues si es en el compartir que Él se manifiesta, tendremos que concentrarnos en ello. Desde lo que comparto en la mesa de Cristo hasta cómo se distribuye la riqueza en el mundo, pasando por la mesa cotidiana de cada hogar transformando la violencia con el amor, descubriendo en ese compartir la esperanza y alegría de ser parte de la experiencia del amor que brota del Cristo resucitado.
El trabajo de ir al mar, arrojar la red, recoger los peces, traerlos a la orilla y acercarlos a Jesús, es el trabajo de los que nos llamamos cristianos/as, el mar simboliza la realidad social donde se arroja la red, no en cualquier momento y lugar, es en el momento y lugar indicado por Cristo. ¿Y cuándo se da esto? Solo Cristo lo sabe, nosotros solo tenemos que estar atentos, escuchando y obedeciéndolo, recordemos que desde el comienzo los/as cristianos/as se reunían para compartir la palabra de Dios y Sacramento. Solo desde allí podremos escuchar la indicación de dónde y cuándo echar la red.
Gentileza del Pastor Fabián Paré
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